sábado, 31 de agosto de 2013

SAN JUAN EVANGELISTA, TITULAR DE LA HERMANDAD DEL GRAN PODER


  "Madre, mira a tu hijo,
  Hijo, mira a tu Madre"


¡Grandes y maravillas son tus obras,
Señor, Dios todopoderoso;
justos y verdaderos tus caminos,
oh Rey de las naciones!
¿Quién no temerá, Señor,
y no glorificará tu nombre?
Porque sólo Tú eres santo,
y todas las naciones vendrán
y se postrarán ante Ti,
porque han quedado de manifiesto
tus justos designios.

Cuanto agrada al Divino Corazón de  Jesús y al corazón Inmaculado de María la devoción de los fieles a San Juan Evangelista, quien fue, de parte del Salvador y de los Santísima Virgen, el objeto de una afección tan viva y tierna. Santa Matilde vio un día al Niño Jesús que despertaba a las religiosas, para que viniesen al coro a celebrar el oficio divino en honor del apóstol, cuya memoria se celebraba en ese día, dándoles a entender con esto, cuán agradable le eran los obsequios tributados en el día de este gran Santo. Profesaré pues, una devoción particular a San Juan, a él recurriré en todas mis necesidades, suplicándole encarecidamente que me alcance del divino Corazón de Jesús y del corazón Inmaculado de María todas las gracias necesarias para mi salvación y santificación.

Santa Isabel, Reina de Hungría, aseguraba que todos los favores que había pedido al Señor, por intercesión de San Juan, le habían sido otorgados.

Siendo la pureza la que le ha hecho tan querido de Jesús y María, y le ha valido tan gloriosos privilegios, le rogaré con fervor que me alcance esta virtud, rezando a este fin la oración siguiente:

Glorioso San Juan, por aquella angélica virtud os mereció las más insignes gracias de ser el discípulo privilegiado de Jesús, de descansar sobre su Corazón, de contemplar su gloria, asistir en persona a los prodigios más estupendos; ser finalmente designado por el Salvador expirante, como el hijo y custodio de su Madre; alcanzadme, os ruego, que conserve siempre intacta la virtud de la pureza y que evite cuidadosamente todo cuanto pudiera mancillarla, a fin de que merezca los favores especiales del corazón Sagrado de Jesús y del corazón Inmaculado de María. Así sea.



 Oración

¡Oh glorioso Apóstol, que por vuestra virginal pureza fuisteis de tal modo amado de Jesús, que os merecisteis el posar vuestra cabeza sobre su divino pecho, y el ser dejado en su lugar cual hijo a su Santísima Madre! Yo os suplico, me encendáis en el más vivo amor a Jesús y a María. Os ruego, me alcancéis del Señor, que también yo, con el corazón libre de afectos mundanos, sea hecho digno de estar siempre unido a Jesús cual fiel discípulo, y a María cual devoto hijo aquí en la tierra para seguir siéndolo después eternamente en el cielo. Amén,

San Juan, hijo de Zabedeo y de Salomé, natural de Galilea y de las cercanías del Lago. El padre era pescador, y como él sus hijos. Juan debe ser contado, junto con Andrés, hermano de Pedro, entre los discípulos de San Juan Bautista y los primeros que se unieron a Jesús. San Juan Evangelista junto al Salvador vuelve a las riberas del Jordán, donde Jesús bautizaba. Fue testigo del primer milagro de Jesús en las bodas de Caná. Algo más tarde después de la pesca milagrosa, fue llamado con su hermano Santiago y con los otros dos hermanos, Simón y Andrés, al seguimiento de Jesús, para no separarse ya de ÉL.

Pero aún cuando huyó junto a sus compañeros, en Gestsemaní, la noche de la prisión, luego se presentó en casa del pontífice Caifás y, valiéndose de los conocimientos que allí tenía, obtuvo de la portera la entrada para Pedro. En la tarde se halló presente en compañía de María, a la muerte del Maestro, el cual le encomendó el cuidado de su Madre. La mañana de la resurrección, al oír de los labios de la Magdalena que el sepulcro estaba vacío, corre junto a San Pedro a comprobar el hecho.

San Juan es el autor del cuarto evangelio. Lo primero que se advierte en el cuarto evangelio es su diferencia con los sinópticos cuanto a su contenido. Sólo tiene en común con ellos la expulsión de los vendedores del templo, la primera multiplicación de los panes, la unción de Betania, la entrada triunfal en Jerusalén y, finalmente la pasión y la resurrección. Pero aún en estos puntos no existe entre San Juan y los Sinópticos ninguna dependencia literaria. Convienen en el fondo de los sucesos, mas no en la redacción. El teatro de la historia, que en los Sinópticos es Galilea, en el cuarto evangelio es principalmente la Judea. Las disputas y conversaciones no son con el pueblo sino con los doctores. Por eso los temas son más altos, y, en vez de las parábolas de los Sinópticos, encontramos verdaderas alegorías como la de la viña y la del pastor y el redil. Por ello se llama al evangelio de San Juan, "el evangelio espiritual". 

San Juan es también el autor del Apocalipsis y de tres cartas que se encuentran registradas en el Nuevo Testamento.

Fue el único apóstol que no murió martirizado.

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