Trono del Señor del Gran Poder |
El cantón de San Pablo es el lienzo
sobre el que los Cofrades Templarios dibujan la sinfonía plástica de las
procesiones. Pero San Pablo no es un lienzo blanco, sino que sus calles, su
parque y jardines, sus casas de adobe y sus trozos de cielo delimitan un
trazado que cambia con los años y al que sucesivamente han debido adaptarse los
cortejos para que los tronos y músicos que preceden a éstos discurran con
franquía.
Sin embargo,
tratándose de la Semana
Santa, también el lienzo de la calle se amolda a las
procesiones. Aceras que se estrechan, rampas que surgen, anuncios luminosos que
se pliegan, y, sobre todo, automóviles que desaparecen del centro y los
barrios. Pocas sensaciones tan plácidas como ese silencio inusual que las
tardes de Semana Santa, servida la sobremesa, se cuela por las ventanas desde
la calle. Ese silencio sólo turbado por el murmullo de gentes que van y que
vienen, que charlan y que ríen, que viven intensamente mientras un rumor lejano
de tambores va creciendo en el antepecho de la ventana hasta licuar el aire en
incienso sobre la vieja mesa del comedor de la abuela.
En Semana Santa, San Pablo, su pasado
y su historia, revive y se reencuentra así misma en lo que fue y quizá nunca
debió dejar de ser. Gentes que regresan por una tarde a los barrios que
abandonaron años atrás, niños que descubren sus raíces en el paso de una
procesión, añejas fachadas que ven curadas sus heridas. Y es que la Semana Santa nos hace
vivir el pueblo que recordamos y acaso el pueblo que soñamos... Mas las
procesiones poseen escenarios concretos que el cantón le ofrece. Está el
recorrido oficial, sobre los ejes de las vías de la Iglesia Parroquial,
el Parque de San Pablo, la calle ancha y la vía a la ciudad de Heredia que
inicia desde la Filial
de la Puebla
hasta la Iglesia
Parroquial. Otro de los escenarios urbanos más importantes de
la Semana Santa
es la antigua Iglesia Parroquial y sus alrededores, por donde discurre la
estación de penitencia.
Ciertamente las escenas de mayor belleza
plástica que ofrecen las procesiones en combinación con la localidad tienen lugar
en este marco monumental. No sólo el discurrir del cortejo por los aledaños de la Parroquia, sino también
y muy especialmente, su tránsito por las calles que conservan aún, casas de
adobe y teja constituyen saltos visuales en el tiempo que nos aproximan y casi
nos sitúan en la urbe de un siglo pretérito hasta hacer percibir a cualquiera,
una inopinada melancolía por una época que, paradójicamente, no fue vivida.
Otro vértice excepcional de las
procesiones en el que la
Semana Santa pableña cobra su plena dimensión como fiesta se
realiza con el ceremonial oficial que rinde la presidencia a sus Titulares,
previo a las salidas y encierros de los Santos Titulares.
Salen los pasos de su lugar de cobijo
y por un instante, cofrades y pueblo se convierten en más que protagonistas.
Desde el silencio más intimista, unido a la más seria actitud de recogimiento,
será en la salida y en el encierro donde esta Hermandad encuentre a sus
incondicionales, a las gentes que saben cómo hay que ver a esa cofradía porque sienten
una devoción sincera por sus imágenes titulares y porque albergan en sus pechos
un apego irrenunciable. Cada salida y cada entrada de tronos es semejante pero
distinta.
Cada salida y cada encierro es emocionante porque es la única hasta
el año que viene. Y cada salida y cada entrada es especial y acaso irrepetible
porque quién puede asegurar que para él no será la última...
Trono Regina Martyrum |
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